Como era de esperar, por toda la ciudad se ven carteles con la foto de Messi, y algunos anuncian el estreno de la película Elijo creer sobre el título de la albiceleste en el Mundial de Qatar de 2022. Pero no solo es el fútbol: la ciudad conserva el encanto de una mujer mayor que no disimula su belleza de juventud, la de sus librerías, sus cafés, sus espectáculos siempre llenos y la del argentino de a pie buena onda. Y en esa Buenos Aires de contrastes, yo me quedo pensando que esta ciudad de la bronca, la incertidumbre y la decadencia es también la ciudad en la que se ve mucha gente paseando por las calles a las 11 de la noche de un domingo y de las jacarandas que florecen en primavera, un color morado que acaso recuerde que los argentinos siempre han salido de las crisis en las que se meten, quizás porque tienen un amor propio que les envidiamos.
Investigador Iván Garzón publica columna sobre el nuevo presente de Argentina
¿Para dónde va una Argentina que este año acumula 140 % de inflación y una situación económica que todos discuten con la misma solvencia con la que hablan sobre fútbol? En la era Milei, nadie lo sabe.
Llegué a Buenos Aires un domingo por la tarde, bajo un cielo despejado y un sol esplendoroso que contrasta con una ciudad que, 7 años después de la última vez que la visité, en una época en que iba frecuentemente, luce envejecida, deteriorada y empobrecida. Durante estos días me he sentido como en 2016: los mismos buses de hace 20 años, las mismas fachadas, los mismos semáforos y las mismas bancas en los parques. El mobiliario de un par de décadas del hotel en el barrio Belgrano donde me alojo me hace pensar que remodelar debe ser un lujo prohibitivo cuando se intenta sobrevivir a una inflación que crece por mes más de lo que crece por año en Colombia o en Chile.
“Fue un voto de odio. La gente está cansada de los peronistas, porque creen que somos, perdón, pelotudos: dicen una cosa y hacen otra”, me respondió Rodrigo, quien me lleva desde el aeropuerto de Ezeiza a Capital Federal en un Renault Kangoo cuando le pregunté por qué creía que había ganado Milei. Su tono es claramente de resignación y de desafección por la política. La última vez que votó por un peronista fue en 2003: “Néstor sí hizo cosas importantes por el país. Los que vinieron después, no”.
¿Para dónde va esta Argentina que este año acumula 140 % de inflación y una situación económica que todos discuten con la misma solvencia con la que hablan sobre fútbol? Nadie lo sabe. He hablado con unas 10 personas y las respuestas fueron coincidentes: nadie sabe muy bien qué va a pasar. Lo que está claro, me dice Maximiliano, que hace Cabify “para complementar porque yo estudié otra cosa” es que Milei “gobernará con un marco teórico que no se ha aplicado en ningún lugar del mundo”. Y dispara: “(Luis) Caputo –virtual ministro de Economía– es un ‘trade-offista’, un negociante. Trabajó con Macri en 2018 y lo despidió la jefa del FMI (Christine Lagarde), es decir, le renunció a Macri en el avión de regreso de Nueva York, cuando se enteró de lo que ella dijo. Pero acá la gente tiene mala memoria, sobre todo corta”. Maximiliano habla de la economía con tanta propiedad como de la interna de San Lorenzo y de su sector político: “Yo soy militante peronista. La culpa la tenemos nosotros”. Esto último es difícil escucharlo en otro lugar de América Latina, pienso. Los argentinos suelen tener esa mezcla de sinceridad desenfadada y quejido permanente con su situación.
Pero no solo en la calle, en la prensa y en los medios están desconcertados con “el fenómeno Milei”. También en la academia. En la Universidad Torcuato di Tella, a solo tres cuadras del lugar que más alegrías le ha dado a este país en los últimos años –el Estadio Monumental Antonio Liberti, epicentro de grandes conciertos y de los campeonatos que ha ganado River Plate–, dos académicos argentinos comparten los resultados de los grupos focales que hicieron a lo largo del país y confirman de primera mano lo que desde afuera se lee en la prensa: que fue un voto movido por la bronca y que el cóctel entre populismo, libertarianismo y políticas conservadoras lo combinan más o menos bien tanto los votantes como los seguidores de Milei. Luego, no es difícil intuir que lo que se viene es una mezcla de Trump, Bolsonaro y Bukele ‘a la Argentina’, es decir, con medidas disruptivas a lo Menem domesticadas por la casta macrista. El nuevo presidente es un enigma incluso para un buen amigo abogado nacido en 1945, curado de espanto obviamente, y que su diagnóstico de la incertidumbre lo acompaña de una matizada perplejidad de que Milei & Cía. soslayan la dificultad que tendrán en un congreso donde no tienen mayoría.
Entre tanto, la prensa sigue el día a día del presidente electo intentando descifrar en qué dirección van los primeros anuncios y qué signos arrojan las primeras reuniones y nombramientos, al tiempo que especulan con el papel que tendrán las otras fuerzas políticas después del 10 de diciembre cuando el presidente electo, en un gesto de austeridad, anunció que vivirá y despachará en la quinta presidencial de Olivos, prescindiendo así de los rutinarios viajes en helicóptero que hacían sus predecesores. En metro (‘subte’ como le llaman los porteños) y tren, la distancia entre un lugar y otro toma unos 45 minutos.